viernes, 19 de septiembre de 2014

Zinemaldia 2014

Hoy arranca la 62° edición del Zinemaldia en San Sebastián. Serán los grandes como Denzel Washington quienes pisen hoy la alfombra roja.
Tengo la suerte y oportunidad de formar parte del jurado de la juventud en esta ocasión, así que  aprovecharé para contaros mi experiencia dando los primeros pasos en esto del cine, que me encanta.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Jóvenes de España, ¡Tenemos un problema!

Hoy voy a dejar de lado las ideas positivas, voy a dejar de lado los imaginarios, los sueños, y voy a realizar una petición.

Quizá os sintáis como yo me siento, o quizá no. Tal vez hayáis querido expresaros así y hacerles llegar a vuestras familias este mensaje, pero no habéis podido, bien porque no sabéis como hacerlo, o porque no lo habéis pensado. Así pues, hoy os doy la oportunidad de que por fin intentéis hablar e intentéis haceros comprender.

Hoy en día es frustrante ser joven, vivir en España y poseer un título universitario (o una pila de ellos). ¿Por qué?

Intentamos sentirnos bien con nosotros mismos, buscamos aficiones, buscamos soluciones, pero el camino es duro. Las personas que viven a nuestro lado simplemente creen que por el hecho de tener unos cuantos títulos, o saber algún idioma, o ser creativos, es suficiente. Pero no lo es.

Todos nos empujan y nos fuerzan a salir del círculo en el que nos encontramos pero en la mayor parte de las ocasiones no depende de nosotros.

Queremos salir, queremos pisar el exterior, volar del nido y empezar nuestra propia vida, bajo nuestras normas. En definitiva, crecer. Pero existe una fuerza extraña que se nos escapa, que no controlamos y que nos vuelve a empujar al interior de ese círculo como un tornado.

Cada día es una lucha continua para varias cosas: para encontrar trabajo, para seguir estudiando, para no sentirnos culpables por seguir viviendo en nuestras casas, para no sentirnos culpables por seguir gastando un dinero que no es nuestro, para auto animarnos y seguir con la misma fuerza cada día, para mantener la esperanza de que algún día esto acabará, y para confiar en que alguien termine por confiar en nosotros y nos dé una oportunidad.

Estudiamos materias diferentes, nos apuntamos a infinidad de cursos, buscamos una cantidad indecente de másteres universitarios que no podemos pagar, y nos quedamos horas, incluso días mirando la pantalla del ordenador, con la baba colgando y soñando en que algún día podremos estudiar aquello que queremos y donde queremos.

Familias, vuestros hijos luchan por sus sueños, luchan por trabajar en aquello que tanto les ha costado conseguir, luchan por salir adelante. No son vagos, no son “ninis”, solo son personas inteligentes, personas preparadas que no tienen una oportunidad. Así pues tened paciencia y apoyadles todo lo que podáis. Hacedles sentir que valen, que pueden y que son lo que son. No les hagáis sentir culpables, porque bastante tienen con sentirse como se sienten: Inútiles, poco válidos, desperdiciados y poco valorados.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Las funciones vitales del ser humano


Esta publicación se la voy a dedicar a una gran amiga mía, no sé si estará bien escrita o si tendrá sentido, porque la he escrito con el corazón en la mano.

Para ti, amiga mía. Recuerda que a veces después de tiempos soleados, llueve en nuestro interior, pero que la tormenta pasa, y el sol vuelve a salir. Y mientras siga lloviendo, simplemente ¡saquemos un paraguas para no mojarnos!



Recuerdo a mi profesor de ciencias preguntando:

- ¿Cuáles son las funciones de los seres vivos?

Y recuerdo que toda la clase respondíamos como loros sin pensar realmente lo que estábamos diciendo:

- ¡Nacer, Crecer, Reproducirse y Morir!

También nos decían que el ser humano nos diferenciábamos del resto de los seres vivos en que nosotros (creyéndonos especiales) tenemos el poder de la razón.

Lo que nadie nos contó, era que tal vez la posesión de la razón más que una bendición, a veces, complica nuestro supuesto sencillo trascurso de la vida. Y que nada iba a ser tan fácil como nos hacían creer en el colegio.


Primero nacemos. Y lo hacemos en una familia, en un entorno y con unos recursos que nosotros no elegimos. (Esto no nos importaría si no tuviéramos razón, pero la tenemos.) Nacemos condicionados y por mucho que vivamos en el siglo XXI y que se nos diga “Vuestra estrella puede cambiar” hay que ser realistas, nuestras posibilidades están limitadas y para romper esas barreras hay que empujar con la fuerza de cien titanes.

Somos niños y claramente no tenemos herramientas para forjar nuestra propia vida, dependemos de nuestros padres, familiares, tutores, etc. Si ellos no nos dan de comer, nosotros morimos desnutridos, ni no nos acunan lloramos hasta no poder más, y son ellos quienes finalmente consiguen o no que tengamos una infancia feliz.

Ellos marcan el camino cuando eligen a que colegio debemos ir, o si debemos creer en la iglesia católica, en el islam o en el dios del sol. Porque allí conoceremos personas, amigos, enemigos, gente corriente, gente no tan corriente y profesores (que son una especia aparte) que formarán parte de nuestra vida, que nos provocarán frustraciones, o que nos ayudarán a ver la luz en el camino hacia el final.

Crecemos. Y lo hacemos de maneras muy distintas. Ya no somos capaces de soportar lo mismo que cuando éramos pequeños. Tenemos poder de decisión, tenemos razón, y tenemos la oportunidad de decir lo que sí y lo que no nos gusta.

Así pues intentamos comenzar nuestro propio camino, aunque es muy difícil desprenderse de los parásitos externos (a ver si me explico, no os estoy llamando parásitos: papá, mamá, gente de mi alrededor, no os sintáis mal. Me refiero más bien a las ideas parasitarias: ideas que no son propias, pero que están ahí desde el origen de los tiempos y que creemos que son nuestras.). Tan difícil es, que incluso nos sentimos culpables por querer romper esa cuerda que nos ata y decir adiós a esas personas que nos hayan hecho bien o mal, tenemos que separar de nosotros.

En el crecimiento encontramos mil y un dilemas que tenemos que resolver, vemos como desaparecen personas a las que queremos, vemos como esas personas a las que queremos a veces no nos quieren, y vemos como a pesar de estar gritando tan fuerte que hasta la más lejana estrella nos escucharía, aquí en la tierra no nos oye nadie. Y nos sentimos solos, pequeños y débiles.

Nos reproducimos. La palabra reproducción debería estar extinguida. Las personas no nos reproducimos. Las personas nos enamoramos, nos atraemos, jugamos, hacemos el amor, follamos, luchamos por no tener hijos por obligación, luchamos por tenerlos si es que así lo queremos…Puede que la misión final sea reproducirse y que la especie no desaparezca, pero eso no le importa a nadie, sino la televisión estaría llena de documentales de la dos y veríamos a Miguel Ángel Silvestre y a Blanca Suarez por ejemplo de esta guisa:

Miguel Ángel Silvestre:

- ¡Hola! ¿Nos reproducimos?

Blanca Suarez:

- ¡Vale!

Mientras escuchamos de fondo la voz de Félix Rodríguez de la fuente diciendo:

- Se acerca el humano de sexo masculino y ¡PAM!...

Pero en cambio tenemos horas y horas de indecisión, de ¡Si quiero!, ¡No quiero!, de ¡Nuestras religiones nos impiden estar juntos!, de ¡Me marcho durante treinta años y al volver aún existe una llama que quema y que traspasa la pantalla!

Morimos. Todos deberíamos morir cuando nos toca. Cuando seamos viejitos y miremos atrás sonriendo las cosas buenas y malas de la vida. Pero no es así, perdemos a seres queridos, a amantes, a amigos antes de tiempo…Pero nosotros seguimos aquí. Nosotros tenemos que seguir viviendo.
Yo no sé si tengo la fuerza de cien titanes, tampoco sé si podré llegar algún día a cumplir mis sueños y romper esos límites impuestos, tampoco sé si las personas a las que quiero seguirán conmigo o las perderé por el camino….

Lo que sí sé, es que voy a luchar por todo aquello que me hace feliz. Voy a luchar por mis sueños, por mis amigos, por mi familia, pero sobre todo voy a luchar por mí misma. Porque cada uno tiene sus propias funciones vitales, y es cada uno quien debe luchar por ellas.

Porque las funciones del ser humano no son, nacer, crecer, reproducirse y morir. La función del ser humano es ser feliz hasta el último aliento.

viernes, 5 de septiembre de 2014

I. La llegada (Tercera parte)



Tenía quince años y me recordaba a mí misma paseando por el sendero que llevaba al pueblo, era muy fácil no perderse, porque simplemente había que seguir el riachuelo. Era la única zona verde del paisaje, allí sí crecían flores, y a veces te encontrabas algún que otro animalito, pero había que estar en silencio y observar con mucho cuidado.

Aquel año parecía no haber sido demasiado bueno para mis padres. El trabajo era cada vez más escaso, y todo lo que poseían se reducía por momentos a cenizas, así que allí estábamos, volviendo con el poco equipaje que nos quedaba (apenas tres maletas) al lugar dónde vivían antes de marcharse a la ciudad.

Por aquel entonces, la casa no estaba en ruinas. Relucía como un diamante, salía humo de la chimenea cada noche, y en el porche siempre se encontraba el dueño de aquellas cajas misteriosas de las que os hablaba al principio, siempre acompañado de una pila de libros y de una pipa de madera humeante.

Yo no estaba muy contenta, dejaba una vida feliz atrás. Allí de donde venía, mi familia era popular y yo también. Ahora no teníamos dinero, y estábamos en un lugar para mí extraño, incomunicado y sucio.

Lo único que me consolaba era aquel sitio secreto de color verde, por eso cada día me escapaba durante horas a pasear. A veces, me sentaba en una roca y pasaba las horas observando en silencio para ver animales, otras olía las flores y me imaginaba lejos y feliz.

Pensaba pasar sola todo el verano, ya llegaría septiembre para empezar a conocer gente, aunque tampoco tenía ganas.

Uno de aquellos días en los que me escapé al río, decidí sentarme como normalmente hacía en la roca más grande. Me dispuse a escribirle una carta a mi mejor amiga, y contarle lo mal que lo estaba pasando, cuando de repente escuché un ruido detrás de mí. Me asusté y me levanté lo más rápido que pude dispuesta a salir corriendo. Pero la curiosidad me pudo, y me giré para ver qué era. 

Y allí estaba. De pie. Mirándome fijamente.

martes, 2 de septiembre de 2014

I. La llegada (Segunda parte)



Abrí los ojos y rápidamente los volví a cerrar pues la fuerte luz del sol me hacía daño. Me había quedado dormida en el porche aferrada a aquellos recuerdos. Abrí los ojos de nuevo (esta vez para despertarme definitivamente) y me puse en pie. Me dolía la espalda tremendamente, y el cuerpo me crujía por todas partes, así que me estiré casi hasta tocar el cielo, y me recompuse pensando en que iba a hacer.

La casa estaba rodeada de interminables campos de trigo, así pues el paisaje era de color amarillo, que se intensificaba incluso más con la fuerte luz del sol, pues no había ni una sola nube en el cielo que se interpusiese en su camino.

Desde donde yo me encontraba no se veía ni una sola casa más que aquella en la que yo estaba. Era una sensación agradable. Estar sola y escuchar silencio, algo que no me ocurría tras cinco años en la ciudad. Aunque recordaba que desde la torre del ático, sí se veían algunas casas pertenecientes al pueblo más cercano. Estas también eran de madera oscura, y estaban construidas de manera similar a la mía.

Quería ver aquellas casas, corrí dentro y comencé a subir escaleras de dos en dos, mientras subía la madera desgastada se hundió, y el pie se me enganchó, pero hice fuerza y seguí corriendo hasta llegar a la torre. La ventana era redonda y estaba tapiada con maderas, no sé cómo pero conseguí quitarlas con la mano, y miré a través buscándolas.

Cuando di con ellas, vi, que no eran como yo las recordaba. Eran mucho más modernas, con formas extravagantes. Supuse que las habían remodelado, y que nunca había dejado de vivir gente.

Aquello me hizo pensar en que quizás viviera allí alguien que yo conocí en el pasado.