lunes, 18 de agosto de 2014
La vida y sus incertidumbres
A veces ocurren cosas que no nos esperamos. Nos empeñamos en saber que ocurrirá en el futuro, si nuestros esfuerzos darán fruto, si nuestras elecciones son las mejores, si las personas que queremos seguirán en nuestras vidas.
Cuando algo nuevo comienza, nos preguntamos todo esto, pero aún así en muchas ocasiones apartamos de un porrazo las dudas y decidimos confiar ciegamente en un sentimiento que ni siquiera sabemos cuánto va a durar.
Apagamos las voces que nacen en nuestro interior, y también las que forman cientos de advertencias de amigos y de la propia familia que intenta siempre protegernos, pero de manera instintiva.
Comenzamos a vivir, recogemos los acontecimientos con ímpetu, creamos situaciones perfectas en nuestra cabeza e intentamos reproducirlas en la vida real, pero eso no es posible, al menos no siempre.
Debemos acostumbrarnos a la decepción, y sustituir esa palabreja malsonante por otra mejor, por ejemplo, sorpresa, y no es un eufemismo, se trata de enfocar nuestro interior de otra manera. Debemos acostumbrarnos a las sorpresas, asimilar que no podemos planear absolutamente nada. Sobre todo cuando se trata de sentimientos ilógicos, el ser humano actúa de forma patosa, no sabe desenvolverse.
Primero nos llenamos de amor, rebosamos bondad y confianza, somos capaces de saltar tres pisos de altura sin protección. Saltamos a través de una ventana cerrada, atravesando un cristal grueso pero fácil de romper. Y mientras saltamos adornamos el paisaje con decenas de florituras; acrobacias que tal vez sean innecesarias.
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